“Hijos de la resurrección”
06
de Noviembre de 2016 –32°
Domingo Ordinario
Ciclo Dominical “C” – San Lucas 20, 27-38
Estos últimos domingos del año litúrgico, que
concluimos con la Solemnidad de Cristo Rey y Señor del Universo que
celebraremos el 20 de noviembre, proclamamos
lecturas de San Lucas de los últimos capítulos de este evangelio que nos hablan
de la esperanza cristiana, de la vida nueva que esperamos y de la resurrección.
El evangelio del día comienza con una pregunta
crítica que hacen los saduceos a Jesús y que Lucas nos aclara su sentido al
darnos a conocer la opinión de los saduceos frente al tema: “se acercaron a
Jesús algunos fariseos que niegan la resurrección” y que
contradecían la opinión de Jesús, como sucede en nuestro tiempo con quienes no
aceptan la resurrección, asumen, tal ven sin comprender su cabal significado,
la reencarnación; otros que piensan que más allá no hay nada o que no es posible hablar del
más allá pues supera nuestra realidad física y nuestra capacidad de
comprensión. Los saduceos afirmaban su postura apoyados en su interpretación de
los libros del Antiguo Testamento.
En su
discusión los saduceos se apoyan en la ley de levirato y un matrimonio de una
mujer con siete posibles esposos para poner a Jesús en una disyuntiva absurda
sobre con quién estaría casada ésta en el reino de los cielos, en la otra
vida, lo que sería absurdo al estar casada simultáneamente con siete varones.
La pregunta leguleya, citando lo que dice el Deuteronomio para el caso de la
ley del levirato, pretende acorralar a Jesús y su opinión sobre la resurrección
de los muertos, Este tema era discutido en el mundo judío y el otro gran grupo religioso,
los fariseos, si aceptan y creen en la resurrección de los muertos siendo causa
de discusión permanente entre los dos grupos. La Sentencia de Jesús es un avance
de su propia vida y de su resurrección: Dios es Dios de vivos y no de muertos, para Él todos
viven.
Citando el AT, para responderles con la Palabra
de Dios como lo hacen los saduceos, el Maestro recuerda que Dios es Dios de vivos y no de muertos, para Él todos
viven, Dios de Abraham, de Isaac, de Jacob,
y que esta es la
esperanza cristiana ratificada con su propia experiencia de resurrección de la
que los discípulos fueron testigos y nos dejaron sus escritos testimoniales de
lo vivido y de cómo ello que cambia su vida.
Es el centro de nuestra fe y de nuestra
esperanza como cristianos. Si Cristo no hubiera resucitado muestra fe sería un
engaño, pero su resurrección es el centro de nuestra esperanza: espero en la
resurrección de la carne y en la vida eterna, es lo que cada domingo
proclamamos en la eucaristía. Por eso podemos decir que somos, vivimos, y nos
preparamos, durante todas nuestra vida, para vivir, en plenitud, nuestra resurrección
que es la de Cristo, la del Maestro. La vida del cristiano en palabras de Pablo
es: ustedes
al quedar unidos a Cristo Jesús en el bautismo, quedan unidos a su muerte. Pues
por el bautismo fuimos sepultados con Cristo, y morimos para ser resucitados y
vivir una vida nueva, así como Cristo fue resucitado por el glorioso poder del
Padre. Como hijos de la resurrección desde el bautismo, la vida
nueva, del resucitado, el bautizado, es hijo de la resurrección, es vivir el
nuevo tipo de vida como resucitados con una conducta coherente con este nuevo
estilo de vida.
Hijos de la resurrección: un
regalo de Dios y un desafío de vida. Saludos.
P. Esteban Merino Gómez, sdb.

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