“Pecadores, pescadores, ….y lo siguieron”
Narrar el evangelio de hoy
es mirarnos al espejo y hacer un silencio para poder escuchar nuestro nombre y
decidirnos a responder. La multitud se amontona, en los supermercados, en los
campos, en las playas, aunque las marejadas sean fuertes y haya que refugiarse,
para descansar, … o para hacer una pausa en su vida, un retiro, una
reflexión,... La
multitud se amontonaba en la playa alrededor de Jesús para escuchar la Palabra de Dios. La multitud
busca, se cuestiona. La gente sigue interrogando e interrogándose en busca de
opciones, de respuestas, de referentes,… que hoy no son los desprestigiados
líderes de la sociedad: políticos, empresarios, autoridades, y en ocasiones
tampoco la Iglesia somos una propuesta o referencia, porque como Pedro tenemos
que asumir: Señor,
soy un pecador¡. Y la multitud está
a la orilla esperando la palabra.
Los pescadores están en lo
suyo: el trabajo, la tarea diaria, los quehaceres cotidianos, echar las redes
para el sustento de su gente. El Maestro está cerca al lado de los
pescadores en el lago de Galilea. Su
trabajo es duro y no siempre rinde frutos como esa tarde: Maestro, hemos trabajado la noche
entera y no hemos sacado nada.
El trabajo los agobia y los frutos no siempre son los esperados. Y como muchos
de nosotros, se cansa, se concentra en trabajar más, dedica hasta el día de descanso,
el domingo, y llega a olvidar al mismo
Dios, al Maestro. Pedo Pedro, no es un católico a su manera, y el Maestro está
en su propia barca, junto él, a su lado, y en medio de las dificultades lo escucha y lo toma en cuenta: Maestro, hemos
trabajado la noche entera y no hemos
sacado nada, pero si Tú lo dices, echaré las redes. Y su fe dio
frutos terminando en una verdadera parábola o enseñanza del maestro que solo
estaba pensando en El pescado del lago sino en el pescado del Reino de Dios, es
decir, en las personas a quienes los enviaría a evangelizar.
Las redes se llenaron en
contraste con lo que les había sucedido un rato antes. Pedro se da cuenta de la
acción especial que el Maestro ha
realizado para ellos. Hasta hace un acto de fe y humildemente sabe reconocer su
pequeñez y pecado y en actitud orante se
confiesa delante del Maestro: Simón Pedro se echo a os pies de Jesús y le dijo:
Aléjate de mí, Señor, porque soy un pecador. El temor se había apoderado de él y de los que los
acompañaban,… y lo mismo les pasaba a Santiago y a Juan, hijos de Zebedeo. Era
muy fácil la pesca, demasiado fácil, como para haber sido, simplemente, un
logro extraordinario en una tiradera
habitual de las redes, como una jornada cualquiera,… Había algo
especial, un hecho de vida, en su vida de pescadores, una parábola, con la que
el maestro estaba mostrándoles una realidad diferentes y haciéndoles una
invitación. Son esos acontecimientos, grandes o pequeños en los que
barruntamos, percibimos, nos parece sentir, que hay algo extraordinario en
ellos, algo con lo que Dios nos está
hablando, o que el Maestro nos está cuestionando.
Y así era. El Maestro se
aprovecho de la pesca para hacer una comparación y una invitación. La
comparación: serán
pescadores de hombres. Todos sabemos que los hombres, las personas,
no se pescan. Sólo de forma peyorativa o tomándolos como malos o delincuentes
podríamos pensar así. Y el Maestro no opina eso de nosotros. Y ciertamente los
llama pescadores. Esa es la parábola o comparación: de pescar en el lago a
pescar y evangelizar anunciando el Reino de Dios. No temas, de ahora en adelante serás
pescador de hombres. Y de ser pecadores,
pescadores, cambiaron su vida y los siguieron. En el año de la
Misericordia, ser pecador o pescador, no es obstáculo para seguirlo. Ellos
atracaron las barcas a la orilla y, abandonándolo todo, lo
siguieron. Y ahí están comprometidos en la Misión Territorial.
Saludos. P. Esteban Merino Gómez, sdb.

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