6/29/2013



img_2500_ch[1]MINUTO DOMINICAL
 “Sígueme”

img_2500_ch[1]30 de Junio de 2013.  Domingo 13° Tiempo Ordinario. Ciclo C - Evangelio de San Lucas 9, 51-62
Era el momento de ir a Jerusalén. El Maestro consciente de su misión y de dónde debía llegar a su culmen la misión asumida, tomó la ruta  de su ascensión que pasaría por el camino la cruz. Partimos desde Galilea pasando por Samaría envió, pues, mensajeros delante de sí, que fueron y entraron en un pueblo de samaritanos para prepararle posada.  Era el camino habitual de los peregrinos galileos y por ello los samaritanos, separados del culto de Jerusalén y de la participación en el Templo,  reaccionan y no le recibieron porque tenía intención de ir a Jerusalén. El rechazo produce la reacción de los discípulos que pretenden hacer justicia, y recordando al profeta Elías, pedían un castigo con fuego del cielo. No en vano Santiago y Juan  son llamados los hijos del trueno. El Maestro volviéndose, les reprendió;  y se fueron a otro pueblo.  No todos los samaritanos son antijudíos ni tan malos que nieguen la virtud oriental de la acogida a los peregrinos judíos.

No caminábamos solos. Nos acompañaba mucha gente, impactada por lo que decía y hacia el Maestro que querían profundizar su enseñanza y continuamente se acercaban muchas personas a hablar con el Maestro. Mientras caminábamos uno le dijo: «Te seguiré adondequiera que vayas.»  Y no fue el único,  también otro le dijo: «Te seguiré, Señor; pero déjame antes despedirme de los de mi casa.» Y viendo la disposición de los que caminaban junto a  nosotros, como lo había hecho con la mayoría de nosotros al lado del Mar de Galilea (Lc 5, 9-11) o  con Mateo en su puesto de cobrador de impuestos (Lc 5, 27-28), el Maestro le dijo a otro: «Sígueme.».

Pero, al final del camino, ninguno de los tres se quedó con nosotros. Parece que el mejor dispuesto era el primero pero cuando el maestro se presentó la humildad de nuestro proyecto y la pobreza que compartíamos como compromiso de anunciar el Reino de Dios se desanimó. «Las zorras tienen guaridas, y las aves del cielo nidos; pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza.» La opción es radical: no hay otra riqueza, otra seguridad, otro valor que el Reino de Dios. Por eso ni casa encontrarás y a la vez dejarás la tuya. El segundo voluntario se había presentado con una condición: «Te seguiré, Señor; pero déjame antes despedirme de los de mi casa.» Tenía cosas pendientes en su familia, afectos que le tiraban y no se decidió a dar el paso. Siguió su camino y volvió a donde estaba su tesoro y su corazón. El Maestro lo dejó ir. No quiere corazones partidos. Es chocante que  se ofrece voluntario pero con un ofrecimiento condicionado. Da de sí, pero no se da del todo.

En el otro caso es el Maestro quien toma la iniciativa pero la respuesta inmediata de quien es llamado pide un tiempo, una pausa, para resolver problemas pendientes: «Déjame ir primero a enterrar a mi padre.» La respuesta del Maestro recalca la importancia y la profundidad del llamado y de la tarea consiguiente y contrasta con el paralelo de Elías y Eliseo, primera lectura de este Domingo, que concede un tiempo para este piadoso servicio de enterrar o despedirse de sus padres. Jesús es más radical  y coloca en primer lugar la urgencia de la tarea misionera: «Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú vete a anunciar el Reino de Dios.» La urgencia y la dedicación total, junto con la constancia: «Nadie que pone la mano en el arado y mira hacia atrás es apto para el Reino de Dios.» son exigencias perentorias para responder, ahora, sin demora, al llamado del maestro.

¿Y mi familia? ¿Y mi gente? ¿Y mis padres?  Hay que discernir y en el lugar en que el Señor me ha llamado responder con disponibilidad, urgencia y decisión irrevocable en el compromiso por el Reino. «¡Sígueme¡». Saludos.


                                                                       P. Esteban Merino Gómez, sdb.

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