MINUTO DOMINICAL
“Llevando
a Cristo resucitado”
7 de
Abril de 2013. 2° Domingo de Pascua. Ciclo Anual “C” -
Domingo de Cuasimodo –Domingo de la Divina Misericordia - Evangelio de San Juan 20, 19-31
Las mujeres que fueron el Primer
día de la Semana a terminar los cuidados
de sepultura del Maestro Jesús se encontraron con la tumba vacía. La
sorpresa es para ellas total, y con miedo y temblor van a avisar a los hermanos de la Comunidad. Pedro
y Juan llegan corriendo al sepulcro y afirman la gran novedad: ¡NO ESTÁ¡ ¡EL
SEPULCRO ESTÁ VACÍO¡ Vuelven con el grupo. Siguen escondidos y en espera. ¿SERÁ
CIERTO QUE ESTÁ VIVO? ¿SE HABRAN ROBADO EL CUERPO COMO PRETENDEN HACER CREER
LAS AUTORIDADES JUDÍAS? (Mt. 28, 11-15) Está
por verse. Y ese Primer día de la Semana: al atardecer de aquel día, el primero de la
semana, estando cerradas, por miedo a los judíos, las puertas del lugar donde
se encontraban los discípulos, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo:
«La paz con vosotros.» Hasta ese momento solamente
sabíamos que no estaba en la tumba. Pero ese mismo día, por la tarde, tuvimos
el primer encuentro con Él. Estábamos sólo 10. Tomás había salido. Todavía con
miedo y sin estar muy seguros de lo que sucedía: Se presentó Jesús en medio estando las puertas
cerradas.
Su carnet de identidad era la crucifixión, así había muerto, por eso les mostró las
manos y el costado. El asombro se va convirtiéndose en perplejidad,
luego admiración, luego los discípulos se alegraron de ver al Señor. El reconocimiento les da certeza, la
certeza seguridad y aflora el sentimiento de recuperar algo propio y perdido, y
nace la alegría de la resurrección: ¡EL MAESTRO ESTÁ VIVO¡ ¡LO HEMOS VISTO¡ ¡NOSOTROS SOMOS
TESTIGOS¡
Como le dije antes,
faltaba Tomás. Le contamos cuando volvió: «Hemos visto al Señor.», pero nunca nos creyó. Una y otra
vez nos repetía: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos y no meto mi dedo en el
agujero de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré.» Casi enojados le repetíamos: eres un
incrédulo, Tomás. Y con este apelativo lo conocemos hasta hoy. Pero el Señor no
se olvido de él y conocía todo lo que nosotros le dijimos. Ocho días después, también Primer día de la Semana, es
decir Domingo, Se
presentó Jesús en medio estando las puertas cerradas, y dijo: «La paz con
vosotros.» Luego dice a Tomás: «Acerca aquí tu dedo y mira mis manos; trae tu
mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino creyente.» Tomás le
contestó: «Señor mío y Dios mío.» Y también él creyó, aunque necesitó verlo personalmente.
Se parece mucho a nosotros. Por eso el papa ha propuesto un AÑO DE LA FE, para
que como Tomás digamos cada día: «Señor mío y Dios mío.»
Y de la expresión de esta FE en Chile, hace ya siglos, para llevar la
Comunión Eucarística a los enfermos nació la fiesta que saca su nombre de las
primeras palabras de la Antífona de entrada de la Celebración Eucarística:
CUASIMODO, del
mismo modo que a niños aliméntanos con el Pan de la Eucaristía, para
vivir la fe del resucitado en la eucaristía compartida por todos los fieles.
Todos los que estábamos esa tarde en la casa salimos de
allí seguros de la resurrección del Señor y decididos a hablar de ello.
Nosotros lo habíamos visto. Juan estaba con nosotros y en su Evangelio dejó por
escrito esta experiencia, con una clara intención: Esto ha sido escrito para que crean que Jesús
es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengan vida en su nombre. De
eso hablamos, y por eso queremos vivir llevando a Cristo resucitado. Nosotros
somos testigos. Saludos.

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